miércoles, 9 de junio de 2010

Un Gran Estornudo


“Dame”


Despeinada dueña,

desprotegida, deseante,

desnuda, deseada.


Definida, domínate,

dulce demente,

dubitativa, dominada.


“Cojeme”


Como completa

con cierto cuerpo.

Callada, ciega,

chiquita caprichosa,

callejera correspondida.


“Besame”


Básica, bataclana,

boluda viciosa.

Besada vencida,

bruta, víbora.

¡Viva!


“Asi”


Abrazada, apretada,

asmática aficciada,

amante abrupta,

avara, amada.


Así,

yo,

toda mujer.



Perspectivas y necesidades

¡Maldito tren! Ese vodka perfumado que ayer bebí como leche todavía me sigue pateando las tripas. ¡Trabajaré igual! una semana encerrado en este tren habrá de servir para algo. ¡Si no fuera por esta borrachera que todavia me dura! Pero me siento como un toro, el aire campesino me ha hecho renacer y podré volver a tolerar las delicadas discusiones con los cortesanos de nuestro zar. Moscú no debe haber cambiado tanto como para volver hombres a esos magistrados.
¿Dónde habrán puesto mi valija con los papeles?. Ah, bien, aquí está. Esta vez Petrov hizo bien su trabajo. ¡la cara que puso cuando lo persegui con el látigo! Pero así la casa que requería la presencia del dueño resistirá mi partida. ¡Petrov arregló paredes, pisos y techos de sol a sol! No era para menos ¡mentiroso del diablo! Cuando llegué, mis siervas pertenecían a otros, las tierras eran roquedales y mis vacas finas habían perdido la mitad de sus terneras. Las siervas fueron un buen pasatiempo. La tarea diaria de galopar por mis tierras y asustar campesinos ¡esa fue mucho mas entretenida!
¡Balanceo del demonio! “Preguntón” cada vez corre más rápido, lo que daría por irme galopando como si nada existiera. Y mi alazana, que es elegante y caprichosa como las mujeres de clase, también iría con nosotros. ¡Lástima no poder traerlos a Moscú! Eso, escribirle a Petrov que atienda las heridas de la alazana, que me mande ese vodka, que vigile la casa de piedra. En fin, que cuide las alegrías del cosaco.

El penetrante olor a amoníaco del cobertizo me alegró la nariz de inmediato. Natchenko arrastraba del dogal a mi yegua nueva mientras Guglia me informaba sobre quienes eran los padres, los abuelos.

El porte de la nueva alazana me intrigó de inmediato. No es bella, pero con solo mirarla a los grandes y asustados ojos te detiene. Mas atrás “Preguntón” me sonreía con su cara de interrogante. Pero la alazana... caminé a su encuentro mientras susurraba palabras tranquilizadoras.
Cuando llegue a su lado, alzó las dos patas y coceó. Al rebotar contra el piso ¡maldita sea su madre, Natchenko no se olvidará jamás la paliza que le daré por no hacer nudos firmes!, ví como galopaba hacia el campo. Insulto, las cuentas las arreglaré luego, corremos todos atrás de su cascos veloces.
Al llegar al linde del bosque ordené que nos separemos. Corrí a su encuentro bajo ríos de transpiracion. Las ramas me rasgaban la cara, pero olía el miedo en el aire. ¡Una manada de lobos! valiente yegua, patea, manotea, muerde pelo de perro salvaje pero son demasiados. ¡Algo para defenderla! una rama ¡no tener ni siquiera un cuchillo! Un lobo muy blanco me saltó al hombro, y lo agarré, ambos peleamos feroces. Senti bajo mis brazos que su cuerpo aflojaba la tensión; y así como me había saltado, levantó la cabeza como si buscara la luna y pude ver, incrédulo, como se marchaba. Las otras bestias también habían aquietado sus colmillos como si hubieran escuchado una orden secreta. Ahora todos huían veloces.
Un rumor distinto atravesaba los árboles mientras intentaba tranquilizar a la yegua. Al final lo logré y reparé en que solo una de sus mordidas parecía de mayor gravedad. El destello de una cabellera que también huía me hizo levantarme. Pero se fue, veloz como los lobos. Enseguida llegaron Iusuf, Guglia, Natchenko, los otros, pero sólo quedábamos la yegua y yo.

El tirón de la herida me hizo dar un salto que derramó la mitad del té sobre la cama, así que Natchenko se salvará por estos días de su castigo. Estephan Georgicovich dijo que la herida es simple: “En una semana- decía mientras restañaba la sangre- estará montando como siempre”

- Usted ha tenido suerte, Dimitri Profokov – aseguró cuando se despidió - las manadas de lobos causan daños mucho mas graves.
- ¿Dice que miento, querido Estephan Georgicovich? – miré sus ojos claros, lo unico que no había cambiado desde que yo era niño- ¿es culpa mía que esas alimañas se hayan asustado por mis ramalazos y se hayan ido?
- No digo tal cosa, Dimitri Profokov... sólo que fui a curar otros heridos en el pueblo y contaban historias similares. Me preguntaba si no serían los perros de Alexandra Irina Marguerovna: la obedecen con tan solo una mirada.
Me acosté pensando en la Marguerovna. Al otro día, Petrov me trajo las novedades. Entre sus comentarios, me contó cómo, unos meses atrás, algunos de mis siervos no habían tenido tanta suerte con esos lobos.

En una semana supe todo lo que debía. Esa mujer vivía sola con sus lobas cerca de uno de mis bosques. En su casa destilaba el mejor vodka de la región y los compradores hablaban de su inquietante cuerpo. Las mujeres de mi casa se habían persignado todas las veces que me contaron sobre sus escasas visitas a la iglesia y habían bajado la voz cuando me pusieron al tanto de las otras frecuentes visitas que recibía.

La tarde antes de mi viaje a Moscú decidí que sus perras eran un peligro para mis posesiones. Mandé traer mis látigos y partí, solo, a componer las cosas.
Llegué hasta el gigantesco roble que indicaba su casa. Toda de piedra, como me la habían descripto. Salté el cerco con mis látigos dispuestos, pero sus animales no se presentaron. Me desplacé sigilosamente por el patio y a la primera, encontré una ventana sin el pestillo corrido.
Entré a lo que parecía una cocina, clara pero no muy grande. Comunicaba con un pasillo que daba a una habitación y a la bodega. Hice dos pasos por el pasillo y un sugerente movimiento de telas en la habitación me llenó los oídos. El olor almizclado, un calor enrarecido, la exaltación cosaca me empujaron hasta arrebatar la puerta, con el torso en llamas y la boca seca.

Marioneta

“¡Tan libre a tu lado me siento, pero tan esclavo de tu cuerpo al mismo tiempo!”
Iván Natanael Baigorria.

Rosa deshojada soy

en tus dedos,

por tus manos

me escapo

de a momentos,

te siento,

me pierdo,

te olvido,

me encuentro.

Secular movimiento,

imperioso vaivén

infinito que desciendes

a la tierra

encendido

para abrirte paso

en mi vestido de campo

apaisado,

entre llamas sembrando

flores sin tallo,

girasoles

desmembrados,

roturando el rosado

cuerpo despojado.


Fluyes callado por todos

mis recodos,

en el secreto espacio

de mis ojos.

Me consumes

y me alimentas,

saciándome entera,

me desgarras

y me armas

dándome garras,

tu sombra me amordaza

y me amasa,

modelándome alas

con tus amasilladas

palmas.


Soy un gran diamante

celestial del éter sideral,

amasijado por este

encriptado y oscuro

deleite; un rubí desierto

de artificios y fuego,

despierto en los brutales

altares del sueño.

Desnuda me encuentro,

en mi fragilidad me

entierro,

tiemblo como hoja

mecida por el viento…

siendo

el placentero aliento

que entrecorta el

silencio.


Somos como una

estrella que,

sin Este y sin Ella,

entre los zafiros

fugitivos

de nuestros grifos

crea los mares vencidos

que absorben sin dientes

nuestros seres.

A veces, soy sólo Ceres,

cuando tú eres

simplemente Ese

que en mí viene a

correrse,

a evadirse en mi vientre,

dejándome inerte,

sedienta y ardida,

sin pan ni risa,

cubierta de sal

en la cima de un volcán,

activa;

aferrada al ventanal

como una lagrima

que se enfría

en la soledad del cristal.

Tan usada, leal y fugaz

que he llegado a pensar

que eres más parecido a

una abeja guerrera que,

en busca de primavera,

de una nueva tierra

incierta,

sólo en mí se aquieta.

Siempre expuesta,

flor esbelta,

eclosión de belleza,

fuente pasajera

de tu sed viajera,

oasis de tu pena,

ola que caes ya,

sin gravedad,

en el influjo

de esta danza tribal

que te alienta a llevarte

lo mejor de mi verdad,

convirtiéndome

en una esclava tuya

al pasar,

sin tener ganas de escapar.

¡¿Me devoras y te vas?!

...

Poco pueden

en estos momentos

ayudar

los pensamientos

a explicar

lo que me pasa aquí

y ahora:

cuando en la ventana

– acurrucada

fríamente otra vez

a mi desnudez,

como una mariposa que

a su crisálida quiere

volver -

te miro sin ropa tendido,

y que el cigarrillo

en la habitación llora,

me quedo salvajemente

sola,

abrazada a mi forma,

consolando

a esta pobre tonta

que en la aurora

silenciosa

por tu tacto aún

implora,

insatisfecha

y tempestuosa.